Un hombre trajeado camina por un corredor, avanza sin prisa pero decidido, se oyen sus potentes pisadas desde el principio de la estancia, acompañadas rítmicamente por el tintineo de las esposas que aferran sus muñecas, las cuales rompen el estilo lujoso creado por el esplendido traje. A su derecha, un guardia-jurado. A su izquierda, su abogada, Maria Denuar, una temprana devorahombres que no contenta con el dinero de papá arrebata los casos millonarios a sus compañeros de bufete para así demostrarle de alguna manera lo lejos que puede llegar sin la constante atención que él prefería entregar a su hermana, de la cual, ciertamente, abusaba cuando eran jóvenes. Había decidido llevar el asunto de aquel hombre por dos simples motivos, el primero se trataba de un asqueroso hombre de dudosos negocios que movía mas pasta de la que ella podía soñar. Le daba asco, y permitiéndole rogar por su tan necesitada ayuda se colocaba por encima de él. Defendiéndolo ella se convertía en la que controlaba su vida, el debía decir y hacer lo que ella dijera, lo dominaba, así ella era indudablemente mas grande que aquel enorme y nauseabundo pez gordo, eso le ponía cachonda. El segundo motivo era el dinero, aquel tipo no era un buen hombre, y merecía pagar por lo que había hecho, pero su enorme cantidad de dinero la lograba distraer de todo aquello. Le recordaba a su padre. El hombre mantiene el paso, mira con expresión inescrutable la entrada de la sala de vistas, que se acerca lentamente. Es un tipo corpulento, grande, pero no gigante. Otro guardia-jurado lo contempla desde la puerta, cuando se encuentran el uno frente al otro el guardia decide hablar. Lo conocía de la cárcel, el trabajaba como funcionario y ese hombre era uno de los reclusos de su sección. Hasta lo del incidente.
-¿Qué pasa Borgoña, crees que te darán la condicional después de lo del motín? La expresión del esposado permanece impenetrable, y su voz, grave y tan profunda como si viniera del interior de una caverna, resuena enigmática e incluso remotamente alegre.
-Claro que si, Mike.
Oscuridad, todo está encharcado. La vista aparece. Sangre. La visión de un ingente revuelo de muebles destrozados y cristales rotos; de gente corriendo y aplastándose unos a otros, todo ello privado del sentido del oído, que ha sido sustituido por un molesto y agobiante pitido que zumba en el interior del pensamiento. Se distingue una zona quemada y un humo extraño flota en el ambiente, está todo bañado en sangre, sangre y vísceras repartidas por cada objeto y persona presente. Él, a pesar de su corpulencia, se encuentra en el suelo, un dolor seco le recorre el cuerpo, pero intenta levantarse para poner en orden el curso de los acontecimientos y controlar la situación.
-Ptss, Coque ¿D’onde ha salio el pimpollo?- Tartaja señala a un chaval recién llegado a la prisión-.
-¿Qué pasa Borgoña, crees que te darán la condicional después de lo del motín? La expresión del esposado permanece impenetrable, y su voz, grave y tan profunda como si viniera del interior de una caverna, resuena enigmática e incluso remotamente alegre.
-Claro que si, Mike.
Oscuridad, todo está encharcado. La vista aparece. Sangre. La visión de un ingente revuelo de muebles destrozados y cristales rotos; de gente corriendo y aplastándose unos a otros, todo ello privado del sentido del oído, que ha sido sustituido por un molesto y agobiante pitido que zumba en el interior del pensamiento. Se distingue una zona quemada y un humo extraño flota en el ambiente, está todo bañado en sangre, sangre y vísceras repartidas por cada objeto y persona presente. Él, a pesar de su corpulencia, se encuentra en el suelo, un dolor seco le recorre el cuerpo, pero intenta levantarse para poner en orden el curso de los acontecimientos y controlar la situación.
-Ptss, Coque ¿D’onde ha salio el pimpollo?- Tartaja señala a un chaval recién llegado a la prisión-.
-Tie pinta de marica ca venio por gusto propio- el comentario de Coque es premiado con risa fácil, la risa fácil de los hombres que compensan sus problemas con frivolidad-.
-Yasí será. Amos apañarlo antes que se lo cingue alguno- comenta el que no había hablado hasta ahora-.
Pablo, que decide comenzar un paseo en la dirección contraria a la del trío, empieza a mirar a su alrededor buscando algún lugar en el que refugiarse, una cara amigable o una mirada de compasión. Pero ante la acción de los tres tipos que, ahora ya esta seguro, lo persiguen, y su nula intención de bajar la voz o esconder lo que dijeron sobre él, el resto de reclusos lo único que hace es apartar la mirada con resignación, y si acaso con asco. Como si aquello, lejos de no poder evitarlo, fuese tan común que no pagase la pena hacer el esfuerzo de detenerlos. Esto es una prisión, no un correccional de menores, si te metes en lo que no te llaman te arriesgas a caer en problemas mucho más grandes que los que te llevaron aquí.
-¡Pst! ¿Ande vas, pimpollo?- le inquiere uno por detrás y se gira para mirarlo-. Pero que ojos ma bonicos tienes. ¿No creh Coque?
-¿Dejaame que lo vea?
El que habla se encuentra ahora delante de Pablo.
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-¿Queh? No me bajes la mirada pimpollo aer si te voy a tener que sujetar pa conocerte la cara- la advertencia sonó con tintes de falsedad, debido a la mano que de hecho ya le agarraba la cara-.
-Mirar tios, yo no quiero problemas- con un rapido giro se encamina hacia la puerta por la que entró tan solo hace cinco minutos-.
-Y no tie porque aerlos.
La presencia de los tres hombres ya había alejado al resto de reclusos de la zona, por lo que no tienen ningún problema para rodear al chaval. De pronto, un puñetazo. Pablo, sin saber muy bien lo que está haciendo, comienza a revolverse entre los tres acosadores. El golpe recibido por Coque lejos de disuadirle parece que le da pie a comenzar lo que ya venía queriendo hacer y lo hace con una sonrisa. En un instante Pablo está en el suelo agarrándose la cabeza en posición fetal, repitiéndose a si mismo que todo aquello no está pasando.
La cara de los presentes se transforma completamente, nadie podía esperar que la paliza terminase tan pronto, ni mucho menos que fuese por la intervención de un tercero. El impacto de la silla de metal, que debería estar atornillada al suelo, hace caer de un solo golpe al Tartaja. Desde el suelo, y retorciéndose de dolor, puede ver como el arma se desprende de las manos del agresor al chocar contra su compañero Coque, el cual permanece ahora inmóvil bajo el asiento. Sin darle muchas vueltas el recién llegado le arrea al tercero en la cabeza y éste se derrumba junto a él, sobre el duro asfalto.
-Venga chaval, levántate- la mano de aquel hombre de pronto se le hace extraña y gigante, pero no hay tiempo para pensar, le está ofreciendo ayuda-. Muy bien chaval ¿No estás muy jodido no?
-¡Pero que caraj-… -la garganta del Tartaja se agarrota, haciendo honor a su apodo, al distinguirlo- ¿Pero que? ¿Borgoña?
-Venga chaval, levántate- la mano de aquel hombre de pronto se le hace extraña y gigante, pero no hay tiempo para pensar, le está ofreciendo ayuda-. Muy bien chaval ¿No estás muy jodido no?
-¡Pero que caraj-… -la garganta del Tartaja se agarrota, haciendo honor a su apodo, al distinguirlo- ¿Pero que? ¿Borgoña?
Un enorme pie vuela hacia la cara del hablante.
-Atended, trío de subnormales, porque solo lo voy a decir una vez. ¿A este crió? Si lo volvéis a tocar os va a costar volver a hacerlo una tercera vez porque os habré cortado las manos- su voz, tranquila pero profunda, consigue que se les encojan las entrañas-. ¿Me explico bien?
El silencio le da un si por respuesta y decide volverse. Pablo lo sigue, ensombrecido por su altura, con el cuerpo lleno de moratones y la cabeza llena de dudas.
-¿Conoces el Mito de la Caverna chaval?
La tez de Pablo se vuelve pálida como la de un muerto.
-Si fuese lo que estás pensando hubiese dejado que esos tres te dieran mejor antes de decidirme- reforzó con una mirada furibunda su reproche-. El Mito de la Caverna, ¿De verdad te lo tengo que explicar?